El amor a los hijos es instintivo y sin
condiciones. Es el único amor que dura para siempre, el que no nos va a
defraudar y el que se encuentra disponible y atento en todo momento.
Por eso cuando perdemos a nuestros padres aunque ya
seamos adultos, la sensación de orfandad nos pega a todos tan fuerte.
El amor a los hijos se da por sobre entendido,
suele ser a menudo un amor sin manifestaciones evidentes de cariño, amortiguado
por la rutina, por lo cotidiano, por la vergüenza de expresar los sentimientos.
Los hijos necesitan que los
padres le manifiesten su afecto con señales más visibles que su atención,
preocupación y apoyo; o sea con palabras, con gestos, con un trato diario
afable y respetuoso para poder esperar que ellos cumplan con su rol de sus hijos.
Esto no para los padres un signo de debilidad,
porque cumplir con el papel de padres afectuosos que expresan su afecto, no
incluye dejar de lado su rol, la firmeza de las convicciones ni la disciplina.
Existe una expectativa de rol de madre en esta
sociedad, que es necesario cumplir pero en forma creativa para favorecer la
salud física y mental de los hijos; y que de ninguna manera representa el ideal
de madre, que es algo que no existe.
La madre tiene a su cargo la protección y el
cuidado de los hijos y la función de brindarle su calor y afecto, tarea que es
importante que comparta con el padre.
El hogar es la contención que necesitan los hijos y
los padres tienen que estar dispuestos y atentos.
La madre tiene que delegar sus tareas a una persona
responsable si trabaja y facilitar la comunicación con ella para decidir sobre
las situaciones que necesiten de su intervención y el padre tendrá que cumplir
la tarea de autoridad y de sostenedor.
La autoridad no significa mandar, es un rol como
cualquier otro que quiere decir hacerse cargo de la disciplina y responsable de
asegurar el cumplimiento de las reglas.
Cuando las reglas son claras y las
cumple también el que imparte la autoridad, es difícil que los hijos las trasgredan.
Es necesario que la madre mantenga a
su cargo el timón de la casa, la dirección, la organización; y ser el gerente
de la empresa más importante que es la familia. Porquecuando
en una sociedad no se cumplen los roles familiares se produce un desequilibrio
en el grupo que lleva a los hijos a comportarse en forma errática y antisocial.
Los padres pueden tener un ejército de empleados de
servicio, pero su función es intransferible.
Algunas madres se sienten culpables
cuando salen a trabajar, como si abandonaran a sus hijos. Pero cuando
se toma la decisión de trabajar, se renuncia al ideal de madre que se ha
asimilado con la cultura, que no necesariamente es la mejor madre, y se acepta
elegir el rol de madre responsable que se atreve a seguir creciendo y mejorando
para su propio bien y también el de su familia.
Si no renuncia a ese ideal de madre,
sentirá culpa, y esa culpa la transmitirá a sus hijos que vivirán su ausencia
como un abandono.
El amor a los hijos nunca se debe manifestar con
sobre protección, porque los convertirá en personas débiles que necesitarán
siempre vivir a la sombra de alguien más fuerte.
Proteger es brindarle sólo lo que necesitan y no
más, porque es inconveniente acostumbrarlos a los excesos.
La austeridad y la sencillez hará a los hijos menos
exigentes, más capaces de afrontar las adversidades, de entender a los demás y
de relacionarse, y más humildes y sensibles.
El amor no debe ser un obstáculo para ver las
auténticas capacidades que tienen los hijos, porque la única forma de ayudarlos
es respetando sus limitaciones y desarrollando sus habilidades específicas sin
prejuicios.
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